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Llegó al poder en 2004, con el deseo de ser el presidente de las conquistas de derechos sociales. Hoy, a punto de irse, muchos lo consideran el peor mandatario “de la democracia”.
El próximo mes de septiembre, a su vuelta de las vacaciones de verano, el presidente del gobierno español, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, comenzará a preparar las maletas.
Tras las elecciones generales del 20 de noviembre, a las que no se presenta, el mandatario dejará el Palacio de la Moncloa, sede del gobierno español, abandonará la política y volverá a su León natal (oeste de España) junto a su mujer y sus dos hijas.
Será el fin de la era Zapatero. Ocho años de gobierno protagonizados por un hombre de talante conciliador, que se ocupó más que ninguno de la defensa de los derechos sociales, que aprobó importantes leyes como la del matrimonio entre personas del mismo sexo, y que logró la cifra más baja de desempleo al final de su primer mandato, 7.95% en 2008. Pero también un presidente que seguramente pasará a la historia por dejar un país sumido en una de las mayores crisis económicas de su historia, con la tasa de desempleo más alta, con casi 5 millones de personas sin trabajo (21%, la tasa más alta de la Unión Europea), y con uno de los índices de popularidad más bajos tras haber tomado medidas como la de congelar las pensiones y bajar el sueldo de los funcionarios.
El periodista Enric Juliana, de los pocos que hoy en día no critica al presidente, asegura que hablar mal de Zapatero “es muy fácil”, y subraya el hecho de que en su opinión el gobernante “no es el principal responsable de la crisis económica que puede devolver España a los años 70”. “La diagnosticó mal, es cierto, pero otro gobernante también habría sucumbido”, asegura.
Tras reconocer que a él no le ha decepcionado, el analista Julio García-Casarrubios Sainz subraya que Zapatero ha sido azotado por tres corrientes, “inesperadas, fortísimas, implacables e injustas”, dice. “Le ha tocado hacer frente a la crisis global más despiadada que se haya conocido, provocada por la desmesura de un poder financiero insaciable. Ha tenido que hacer frente a una burbuja que nos ha conducido a la ruina y a la corrupción. Y ha tenido que hacer frente a una forma de hacer oposición absolutamente irresponsable, tremendamente destructiva”, asegura.
Un vuelco electoral
Hace casi ocho años, el 15 de marzo de 2004, un desconocido José Luis Rodríguez Zapatero se convertía en protagonista de la vida política española al ganar las elecciones generales al opositor Partido Popular (PP).
Los atentados terroristas de Al-Qaeda tres días antes, y las mentiras del entonces gobernante Partido Popular, que encabezado por José María Aznar aseguraba que la responsable de las 191 muertes había sido la organización separatista vasca ETA, dieron un vuelco electoral y la victoria al candidato del Partido Socialista Obrero Español, un hombre cuyo anhelo era pasar a la historia como el presidente de las conquistas de derechos sociales.
Con su llegada al poder se producía un cambio en el clima político: de cuatro años de crispación y de tensión política de un gobierno de mayoría absoluta presidido por Aznar, se pasaba a uno diálogo y moderación.
La primera medida de Zapatero, tres días después de ser investido presidente, fue ordenar el regreso a España de las tropas destacadas en Irak. Y lo hizo sin esperar al 30 de junio, plazo en el que expiraba el mandato de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La decisión fue celebrada por los ciudadanos contrarios, en su mayoría, a la guerra. También cumplió su promesa de formar un gobierno en el que la mitad de los ministros fueran hombres y la otra mitad mujeres. Además de aprobar una proposición de ley para acabar con la violencia de género y otra que permitió el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Rebajó en 400 euros el Impuesto sobre la Renta, concedió un cheque-bebé de 2 mil 500 euros a todos los padres que tuvieran o adoptaran un hijo, e inició un proceso de paz con ETA que aunque la banda armada rompió con un atentado, la dejó debilitada.
El analista político García-Casarrubios apunta que “tratar de demoler a políticos que han introducido los mayores avances sociales y que han colocado a ETA en su momento más débil, es injusto, irresponsable y desleal”.
“Les dará, o no, réditos electorales, pero a mí me hubiese gustado más que, sin dejar de criticar los errores del gobierno socialista, que los ha tenido, se hubiesen dedicado a colaborar en los grandes temas de Estado, y a explicar las virtudes de su proyecto político, si es que creen en ellas”, añade en alusión al opositor Partido Popular.
En 2008, Rodríguez Zapatero no sólo volvió a ganar en las elecciones generales (aunque le faltaron seis diputados para lograr la mayoría absoluta), sino que se convirtió en el político socialista más votado, con 11 millones 200 mil votos desde 1977. Sin embargo, la alegría le duró poco.
El principio del fin
La llegada de la crisis económica unos meses después y el hundimiento de la burbuja inmobiliaria, le obligaron a cumplir con las exigencias impuestas por los mercados, por la Unión Europa y por el Fondo Monetario Internacional. Y llevó a cabo unos impopulares recortes sociales que él nunca había previsto, que le llevaron a enfrentar su primera huelga general, y que fueron el principio de su fin y el ocaso de su popularidad como presidente.
Nadie entendió que primero, hasta julio de 2008 ignorara la crisis, y que luego, para enfrentarla, bajara el sueldo de los funcionarios, congelara las pensiones, subiera el Impuesto del Valor Añadido de 16% a 18%, llevara a cabo una reforma laboral, cancelara el cheque-bebé, retirara la reducción de los 400 euros y aumentara la edad de jubilación a los 67 años, provocando un descontento generalizado en el país.
Todo esto se convirtió en la diana perfecta de los numerosos medios de comunicación conservadores existentes en el país, que no dejaron de criticarlo e incluso de insultarlo.
Hoy, a escasos meses de que diga adiós, ya nadie recuerda su política social ni sus leyes reformistas.
Y son mayoría los columnistas que además de celebrar con entusiasmo el anuncio del adelanto electoral, no han escatimado calificativos como “iluminado” o “mesiánico”, y le han acusado de dividir a los españoles y responsabilizarlo de la crisis económica.
Para la columnista del diario El Mundo, Isabel San Sebastián, “su herencia consiste “en 5 millones de parados, una nación discutida, enfrentada, arruinada y desesperanzada, amén de un montón de mentiras sobre asuntos de vital importancia que algún día, si Mariano Rajoy (líder del PP) quiere, serán sometidas a la luz de investigaciones a fin de que aflore la verdad”. “No será recordado por los españoles como ZP (Zapatero, presidente, logotipo de su campaña electoral en 2004), sino como el peor presidente de la democracia”, asegura.
El periodista Federico Jiménez Losantos lo tacha de “hediondo” y dice que su gobierno está “desacreditado”. Francisco José Alcaraz, víctima de ETA, le define como “el presidente del talante con la ETA”.
Y el escritor Fernando Sánchez Dragó, al enterarse del adelanto electoral dijo que las “campanas tocan a rebato y a gloria”, aunque dejó ver su preocupación porque sería una “catástrofe” que (Alfredo Pérez) Rubalcaba (el candidato del socialismo) pudiera ganar las elecciones precisamente un 20-N.
En este sentido, el analista Rafael Torres advierte que el 20 de noviembre puede darse una inquietante circunstancia: que coincida el aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco con el establecimiento de una situación en la que “un grupo político acumule casi tanto poder, o más, que Franco precisamente. O dicho de otro modo: si el Partido Popular obtiene la mayoría absoluta en las elecciones generales, puede que la economía mejore (la de algunos, sobre todo), pero esto no va a haber quien lo aguante”, asegura. “Dueño del poder político en casi todas las comunidades autónomas, las diputaciones provinciales, la inmensa mayoría de los grandes municipios y el gobierno central (tras las elecciones autonómicas y municipales del 22 de mayo), el conservador Partido Popular puede convertirse, a efectos prácticos, en el partido único de España para los próximos años”, añade.
“Darle poder, mucho poder, a alguien, a alguien español para más señas, es, como se sabe, lo peor que políticamente hablando puede hacerse”, concluye Torres.
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