Dadaab, Kenya— Wardo Mohamud Yusuf caminó durante dos semanas con su hija de un año a la espalda. De la mano, llevaba a su hijo de cuatro años, mientras escapaba de la sequía y la hambruna en Somalia.
Cuando el niño desfalleció, cerca del final del recorrido, la mujer le echó en la cabeza algo de la poca agua que le quedaba para reanimarlo. Pero el menor estaba inconsciente y no podía beber.
La mujer de 29 años pidió ayuda a otras familias que seguían el mismo camino, pero ninguna se detuvo. Todos iban preocupados por su propia supervivencia.
Entonces, la madre tuvo que tomar una decisión que nadie querría tener que enfrentar jamás.
“Finalmente, decidí dejarlo atrás, en el camino y al amparo de Dios”, dijo Yusuf días después, durante una entrevista en un campamento de refugiados en Dadaab, Kenia. “Estoy segura de que él está vivo, me lo dice el corazón”.
Los padres que huyen a pie de la hambruna –a veces hasta con siete niños– se suelen topar con encrucijadas increíblemente crueles: ¿Qué niños tienen las mejores probabilidades de seguir con vida cuando la comida y el agua se agoten? ¿A quiénes es mejor abandonar?
“Nunca había enfrentado ese dilema en mi vida”, dijo Yusuf a The Associated Press. “Ahora vuelvo a experimentar el dolor de abandonar a mi hijo. Me despierto por las noches y pienso en él. Me siento aterrorizada cuando veo a un niño de su edad”.
El doctor John Kivelenge, experto en salud mental del Comité Internacional de Rescate en Dadaab, enfatiza en las penurias extremas por las que pasan las madres y los padres somalíes.
“Es una reacción normal a una situación anormal. Ellos no pueden sentarse a esperar la muerte juntos”, explicó. “Pero después de un mes, sufrirán un desorden por estrés postraumático, lo que significa que tendrán recuerdos y pesadillas”.
“La imagen de los niños a quienes abandonaron volverá a ellos y los acosará”, agregó. “Además, dormirán mal y tendrán problemas sociales”.
Estados Unidos calcula que más de 29 mil niños somalíes de menos de cinco años han perecido por el hambre en los últimos tres meses. Un número desconocido de menores, demasiado débiles para seguir caminando, han sido vistos abandonados en el camino polvoriento, después de que se agotó el agua y los alimentos.
Faduma Sakow Abdullahi, viuda de 29 años, intentó viajar a Dadaab con su bebé y con otros niños, de cinco, cuatro, tres y dos años. Un día antes de llegar al campamento de refugiados, su hija de cuatro años y su hijo de cinco no se despertaron, tras un breve descanso.
Abdullahi relató que no quiso “desperdiciar” la poca agua que tenía en un envase de cinco litros para darla a los niños moribundos, pues los otros la necesitaban.
Tampoco quiso esperar demasiado tiempo, pues corría el riesgo de que sus otros hijos comenzaran también a morir. Así, se puso de pie y se alejó algunos pasos. Luego regresó, con la esperanza de que los niños estuvieran vivos.
Después de ir y volver varias veces, decidió al fin dejar a los dos menores a la sombra de un árbol, sin saber si podrían salvarse.
Más de 12 millones de personas en Africa Oriental necesitan ayuda alimentaria ante la severa sequía. Naciones Unidas considera que 2.8 millones de esas personas necesitan ayuda inmediata para salvar la vida, incluidas más de 450 mil en las zonas más azotadas por la hambruna en Somalia.
Ahmed Jafar Nur, de 50 años y padre de siete niños y adolescentes, viajaba con su hijo de 14 años y con su hija de 13 hacia Kenia. Pero después de apenas dos días de caminata se quedaron sin agua. Para el tercer día, los adolescentes sólo podían sentarse debajo de un árbol, sedientos, hambrientos y agotados.
“Los dos niños no podían ya caminar. Entonces, en vez de dejar que todos muriéramos ahí, me vi obligado a abandonarlos a su suerte, especialmente después de que pensé en mis otros cinco hijos y en su madre, a quienes dejé en casa. Me dije: ‘salva tu vida por el bien de los otros cinco. Estos dos quedarán con Dios”’, relató.
“Fue lo peor que he experimentado en mi vida. Fue una experiencia devastadora abandonar a mis hijos, que eran parte de mí mismo”, dijo. “Durante casi tres meses, no he tenido estabilidad mental. Sus imágenes se aparecen frente a mí”.
Milagrosamente, los dos adolescentes fueron salvados por nómadas, y de algún modo volvieron con su madre en Somalia. Pero Nur dice que no tiene recursos para traer al resto de su familia a Kenia.
“Yo era un campesino sin educación que me pueda ayudar ahora a obtener un empleo. Dependemos de limosnas”, dijo. “No dejo de pensar en ellos. ¿Morirán todos, incluida su madre, o sobrevivirán? Eso es lo que siempre me pregunto”.
Cuando el hijo de tres años de Faqid Nur Elmi murió de hambre y sed en el camino desde Somalia, su madre sólo pudo cubrir su cadáver con ramas secas, a manera de tumba. No pudo detenerse a llorar. Tenía otros cinco hijos en quienes pensar.
“¿De dónde iba a sacar las fuerzas para cavarle una tumba?”, preguntó. “Sólo pensaba en cómo podía salvar a los demás niños. El mismo Dios que me lo dio se lo había llevado. Así que no me preocupé mucho por el hijo muerto. Las vidas de otros estaban en riesgo”.
Cuando el niño desfalleció, cerca del final del recorrido, la mujer le echó en la cabeza algo de la poca agua que le quedaba para reanimarlo. Pero el menor estaba inconsciente y no podía beber.
La mujer de 29 años pidió ayuda a otras familias que seguían el mismo camino, pero ninguna se detuvo. Todos iban preocupados por su propia supervivencia.
Entonces, la madre tuvo que tomar una decisión que nadie querría tener que enfrentar jamás.
“Finalmente, decidí dejarlo atrás, en el camino y al amparo de Dios”, dijo Yusuf días después, durante una entrevista en un campamento de refugiados en Dadaab, Kenia. “Estoy segura de que él está vivo, me lo dice el corazón”.
Los padres que huyen a pie de la hambruna –a veces hasta con siete niños– se suelen topar con encrucijadas increíblemente crueles: ¿Qué niños tienen las mejores probabilidades de seguir con vida cuando la comida y el agua se agoten? ¿A quiénes es mejor abandonar?
“Nunca había enfrentado ese dilema en mi vida”, dijo Yusuf a The Associated Press. “Ahora vuelvo a experimentar el dolor de abandonar a mi hijo. Me despierto por las noches y pienso en él. Me siento aterrorizada cuando veo a un niño de su edad”.
El doctor John Kivelenge, experto en salud mental del Comité Internacional de Rescate en Dadaab, enfatiza en las penurias extremas por las que pasan las madres y los padres somalíes.
“Es una reacción normal a una situación anormal. Ellos no pueden sentarse a esperar la muerte juntos”, explicó. “Pero después de un mes, sufrirán un desorden por estrés postraumático, lo que significa que tendrán recuerdos y pesadillas”.
“La imagen de los niños a quienes abandonaron volverá a ellos y los acosará”, agregó. “Además, dormirán mal y tendrán problemas sociales”.
Estados Unidos calcula que más de 29 mil niños somalíes de menos de cinco años han perecido por el hambre en los últimos tres meses. Un número desconocido de menores, demasiado débiles para seguir caminando, han sido vistos abandonados en el camino polvoriento, después de que se agotó el agua y los alimentos.
Faduma Sakow Abdullahi, viuda de 29 años, intentó viajar a Dadaab con su bebé y con otros niños, de cinco, cuatro, tres y dos años. Un día antes de llegar al campamento de refugiados, su hija de cuatro años y su hijo de cinco no se despertaron, tras un breve descanso.
Abdullahi relató que no quiso “desperdiciar” la poca agua que tenía en un envase de cinco litros para darla a los niños moribundos, pues los otros la necesitaban.
Tampoco quiso esperar demasiado tiempo, pues corría el riesgo de que sus otros hijos comenzaran también a morir. Así, se puso de pie y se alejó algunos pasos. Luego regresó, con la esperanza de que los niños estuvieran vivos.
Después de ir y volver varias veces, decidió al fin dejar a los dos menores a la sombra de un árbol, sin saber si podrían salvarse.
Más de 12 millones de personas en Africa Oriental necesitan ayuda alimentaria ante la severa sequía. Naciones Unidas considera que 2.8 millones de esas personas necesitan ayuda inmediata para salvar la vida, incluidas más de 450 mil en las zonas más azotadas por la hambruna en Somalia.
Ahmed Jafar Nur, de 50 años y padre de siete niños y adolescentes, viajaba con su hijo de 14 años y con su hija de 13 hacia Kenia. Pero después de apenas dos días de caminata se quedaron sin agua. Para el tercer día, los adolescentes sólo podían sentarse debajo de un árbol, sedientos, hambrientos y agotados.
“Los dos niños no podían ya caminar. Entonces, en vez de dejar que todos muriéramos ahí, me vi obligado a abandonarlos a su suerte, especialmente después de que pensé en mis otros cinco hijos y en su madre, a quienes dejé en casa. Me dije: ‘salva tu vida por el bien de los otros cinco. Estos dos quedarán con Dios”’, relató.
“Fue lo peor que he experimentado en mi vida. Fue una experiencia devastadora abandonar a mis hijos, que eran parte de mí mismo”, dijo. “Durante casi tres meses, no he tenido estabilidad mental. Sus imágenes se aparecen frente a mí”.
Milagrosamente, los dos adolescentes fueron salvados por nómadas, y de algún modo volvieron con su madre en Somalia. Pero Nur dice que no tiene recursos para traer al resto de su familia a Kenia.
“Yo era un campesino sin educación que me pueda ayudar ahora a obtener un empleo. Dependemos de limosnas”, dijo. “No dejo de pensar en ellos. ¿Morirán todos, incluida su madre, o sobrevivirán? Eso es lo que siempre me pregunto”.
Cuando el hijo de tres años de Faqid Nur Elmi murió de hambre y sed en el camino desde Somalia, su madre sólo pudo cubrir su cadáver con ramas secas, a manera de tumba. No pudo detenerse a llorar. Tenía otros cinco hijos en quienes pensar.
“¿De dónde iba a sacar las fuerzas para cavarle una tumba?”, preguntó. “Sólo pensaba en cómo podía salvar a los demás niños. El mismo Dios que me lo dio se lo había llevado. Así que no me preocupé mucho por el hijo muerto. Las vidas de otros estaban en riesgo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario