jueves, 9 de febrero de 2012

Tierra prometida para migrantes

EL UNIVERSAL
E ILAT, Israel.— Sin ellos, los hoteles de Eilat pueden caer. Así nomás. Lo dicen abiertamente no pocos israelíes en esta ciudad balnearia del sur del país. Son africanos, en su mayoría jóvenes, que cruzaron la frontera entre Egipto e Israel, arriesgando a veces ser baleados por los soldados egipcios en el intento, con tal de tratar de entrar a su “tierra prometida” en pos de una vida diferente.

Eilat, frecuentada por un intenso turismo interno israelí y también por viajeros de diferentes partes del mundo, está en el extremo sur de Israel. Así, el encuentro de los africanos infiltrados por la larga frontera con Egipto y este sitio a orillas del Mar Rojo es inevitable. Hoy, la presencia de estos infiltrados en el sector hotelero de una ciudad donde la industria turística es la principal, es clave.

Muchos inmigrantes comienzan como mano de obra barata; pero para ellos es un sueño hecho realidad. En el café “Aroma”, cerca de la frontera con la egipcia Taba, vemos a Ahmed Musa, un joven de 26 años, de piel oscura y amplia sonrisa. Llegó del norte de Sudán. Estuvo un mes en Egipto, pero sabía de antemano que su idea era alcanzar Israel, adonde logró entrar hace dos meses.

“Yo no corría peligro, sólo buscaba un buen trabajo”, confiesa mientras limpia unas mesas y contesta entre firme y un tanto tímido. Al preguntársele cómo es que soñaba con venir a Israel si el gobierno de su país, fundamentalista islámico, presenta a este país como un terrible enemigo de los musulmanes. Ahmed se encoge de hombros y responde simplemente que “en Sudán la gente sabe que en Israel te van a tratar bien, porque es una democracia”.

No todos tuvieron la suerte de Ahmed. Él venía en un grupo de nueve personas que querían cruzar la frontera a Israel. Dos fueron baleadas por los soldados egipcios. Él consiguió salvarse.

Numerosos infiltrados trabajan al sur o en la propia Tel Aviv; en los últimos meses Israel realiza más esfuerzos para detener un fenómeno que a ojos de las autoridades se está convirtiendo en un serio problema social.

Muchos de los nuevos migrantes han terminado detenidos en instalaciones especiales para impedir su entrada al país o en espera de una solución transitoria. Otros sí han podido llegar a las ciudades, comenzar a trabajar y abrir una nueva página; algunos hasta han tenido la suerte de recibir permiso explícito para quedarse en Israel.

En diciembre del año pasado eran ya 52 mil 487 los trabajadores ilegales en Israel (en su mayoría llegados por dicha frontera). Se ha llegado a un ritmo de aproximadamente 30 mil por año. En ese mismo mes llegaron 2 mil 295 ilegales africanos; de ellos, 429 mujeres y 612 niños.

En una sesión especial del gobierno a mediados de diciembre último, el premier Benjamin Netanyahu dijo que si no se logra un plan que lidie en forma efectiva con el problema, el número puede ascender a 100 mil ilegales por año. “No tenemos obligación de aceptar infiltrados que cruzaron nuestra frontera sin permiso”, dijo el premier, señalando que una cosa son los refugiados políticos y otra los que buscan trabajo.

En el café “Aroma”, Ahmed sigue trabajando. “No debe ser fácil estar lejos de tu familia …por más que haya querido venir”, dice un joven israelí sobre los recién llegados.



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