PARÍS, Francia, jun. 19, 2009.- Ver mujeres vestidas con burka (la túnica islámica que cubre el cuerpo de la cabeza a los pies) en Afganistán, Irán o Arabia Saudita es de lo más normal, la prenda constituye un signo distintivo de pertenencia religiosa en esos países donde existen las ramas más rigoristas del Islam.
En Francia, país laico por excelencia, la aparición hace dos años de esta vestimenta y su creciente uso en los suburbios musulmanes de las grandes ciudades, desencadena vivas reacciones, entre la alarma, el estupor y condescendencia, tanto de la opinión pública, como de las diversas agrupaciones políticas.
Está en boca de todos el fenómeno, cada vez más común, muestra inequívoca de que se está produciendo una radicalización del Islam en ciertos sectores de la comunidad musulmana.
Unos 60 diputados de todas las ideologías piden la creación de una comisión parlamentaria que investigue sobre la burka y su repercusión sobre los valores laicos. Si ésta llega a la conclusión de que se están violando los principios republicanos, el uso de la polémica prenda va a ser prohibido en los espacios públicos.
El autor de la iniciativa, el diputado comunista André Gerin, ve en la burka una prisión insoportable, una violación de la dignidad de la mujer, desprovista -según Gerin -de toda noción de ciudadanía, una burla de "nuestros valores de igualdad y laicidad".
Guerin presenta otro argumento de peso: la burla cubre la identidad de la persona, la enmascara, lo que pone en riesgo la seguridad pública.
Ha nacido el debate. ¿Qué es más digno de ser respetado, las libertades individuales y de culto o los derechos femeninos y la laicidad? Una discusión que recuerda aquella polémica que sacudió a Francia en 2003 y 2004, antes de la proclamación de la ley que prohíbe el uso del velo islámico en las escuelas y los edificios de la administración pública.
La verdadera cuestión no es estar o no en contra de la burka. El rechazo parece unánime, se unen a él los principales representantes del Islam francés, entre ellos el rector de la Mezquita de París, Dalil Boubaker.
La incógnita está en saber si legislar sobre esta materia será realmente eficaz. El ministro francés de Inmigración, Eric Besson, advierte contra la estigmatización de un sector de la población.
Los líderes verdes y socialistas temen que retirar la prenda obligue a las mujeres musulmanas a permanecer encerradas entre las cuatro paredes de su hogar.
En Francia, país laico por excelencia, la aparición hace dos años de esta vestimenta y su creciente uso en los suburbios musulmanes de las grandes ciudades, desencadena vivas reacciones, entre la alarma, el estupor y condescendencia, tanto de la opinión pública, como de las diversas agrupaciones políticas.
Está en boca de todos el fenómeno, cada vez más común, muestra inequívoca de que se está produciendo una radicalización del Islam en ciertos sectores de la comunidad musulmana.
Unos 60 diputados de todas las ideologías piden la creación de una comisión parlamentaria que investigue sobre la burka y su repercusión sobre los valores laicos. Si ésta llega a la conclusión de que se están violando los principios republicanos, el uso de la polémica prenda va a ser prohibido en los espacios públicos.
El autor de la iniciativa, el diputado comunista André Gerin, ve en la burka una prisión insoportable, una violación de la dignidad de la mujer, desprovista -según Gerin -de toda noción de ciudadanía, una burla de "nuestros valores de igualdad y laicidad".
Guerin presenta otro argumento de peso: la burla cubre la identidad de la persona, la enmascara, lo que pone en riesgo la seguridad pública.
Ha nacido el debate. ¿Qué es más digno de ser respetado, las libertades individuales y de culto o los derechos femeninos y la laicidad? Una discusión que recuerda aquella polémica que sacudió a Francia en 2003 y 2004, antes de la proclamación de la ley que prohíbe el uso del velo islámico en las escuelas y los edificios de la administración pública.
La verdadera cuestión no es estar o no en contra de la burka. El rechazo parece unánime, se unen a él los principales representantes del Islam francés, entre ellos el rector de la Mezquita de París, Dalil Boubaker.
La incógnita está en saber si legislar sobre esta materia será realmente eficaz. El ministro francés de Inmigración, Eric Besson, advierte contra la estigmatización de un sector de la población.
Los líderes verdes y socialistas temen que retirar la prenda obligue a las mujeres musulmanas a permanecer encerradas entre las cuatro paredes de su hogar.
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