jueves, 24 de marzo de 2011

"Tienes una hermosa cabeza, te la voy a cortar"

EL PUEBLO

Libia.- Conforme salían de la Ajdabiya y se dirigían a la ciudad de Bengasi, Anthony Shadid, Lynsey Addario, Stephen Farrell y Tyler Hicks se toparon con un retén de las fuerzas de Gaddafi. Los cuatro periodistas del The New York Times fueron sacados de su vehículo.


Antes de que los soldados libios tuvieran tiempo de interrogar a los reporteros, los rebeldes abrieron fuego contra el retén oficial. De pronto los periodistas se vieron rodeados de balas que los sobrevolaban por doquier, según su propia narración publicada por el diario neoyorquino.
Tyler salió corriendo. Anthony cayó en una zanja de arena, luego de incorporó y siguió a Tyler. Linsey, instintivamente intentó rescatar sus cámaras pero las dejó y corrió detrás del resto. Steve (Stephen), tras ser tumbado al suelo por un soldado, logró escabullirse entre las balas y emprendió corrió por su vida. Todos encontraron refugio en la parte trasera de una pequeña casa de sólo un cuarto.
Una vez ahí, los soldados leales a Muammar Gaddafi les apuntaron con sus armas, al tiempo que otros los golpearon, vaciaron sus bolsillos y los pusieron de rodillas. "Dios, no quiero que me violen", murmuró Linsey luego de que fue atada con las agujetas de sus tenis deportivos.
"Tú eres el traductor. Tú eres el espía", gritó un soldado a Anthony. En esos momentos los cuatro pensaron que morirían. "Dispárales", dijo otro militar en árabe. "No puedes", respondió uno de sus colegas.
"Son americanos". Luego, todos fueron atados y golpeados. Linsey recibió un puñetazo en la cara, Steve y Tyler golpes en el cuerpo y Anthony un cabezazo. Ese martes, antes de que cayera la noche, otro enfrentamiento comenzó, casi tan atroz como el primero. Los cuatro se encontraban atrapados en camionetas en terreno abierto. Por momento, durante la refriega, los soldados estaban en la misma situación difícil que los periodistas, y los ayudaban a cubrirse de las balas rebeldes. Con el paso de las horas, les ofrecieron comida, agua y cigarros.
Tras varios enfrentamientos, lograron tener unas horas de sueño. A los 2:00 am del miércoles, estaban despiertos de nuevo. Según los periodistas, los soldados tenían la plena convicción de estar luchan contra Al Qaeda o islamistas extremos y no podían entender por qué ellos, como estadounidenses, no podían comprender su lucha. Ninguno de ellos, todos mucho más jóvenes que el coronel Gaddafi, podían imaginar a Libia sin él. Un nuevo grupo se llevó a los cuatro. Eran más duros.
Les vendaron los ojos, ataron pies y manos y los golpearon en repetidas ocasiones. Luego los metieron en un camión blindado, donde Linsey fue manoseada. Nunca gritó, pero suplicó que la dejarán. Un soldado cubrió su boca. "No hables", le advirtió. Media hora más tarde, llegaron a lo supusieron eran las afueras Ajdabiya, donde un hombre al que los soldados llamaban "el jeque" comenzó a cuestionarlos.
El primero fue Tyler. "Tienes una hermosa cabeza. Te la voy a cortar", fue lo primero que dijo al periodista. Otro soldado, por su parte, se burlaba de Linsey. "Puedes morir hoy. Tal vez, tal vez no", la sentenció. A las 8:30 am fueron subidos, vendados y amarrados, a una camioneta que se trasladó a lo largo del Mediterráneo hasta la ciudad de Gaddafi, Surt, a unas seis horas de distancia. Los cuatro periodistas del The New York Times narraron sentirse como "trofeos de guerra".
En cada retén podían escuchar a los militares corriendo hacia la camioneta listos para poder propinarles con mano propia algunos golpes. "Mugrosos perros", les gritaban en cada parada. Al terminar el trayecto, ya entrada la tarde, todos fueron trasladados a una cárcel de Surt. Su celda tenía algunos colchones roídos, una botella para orinar, una jarra de agua y una bolsa de dátiles. Cuando cayó la noche todos se preguntaron si alguien tenía idea de su paradero. Llegó un momento cuando Anthony fue sacado de la celda para ser interrogado, pero nunca pudo ver a sus captores. "¿Cómo pudiste entrar sin visa?", le preguntó un hombre. "¿No sabes que podrías ser asesinado y nadie sabría?", continuó. Anthony asintió con la cabeza. Luego, el hombre le explicó quienes eran los rebeldes que combatían, como si tratara de convencerlo. "Son fanáticos de al Qaeda y bandas de criminales armados. ¿Cómo podrían ellos gobernar alguna vez Libia?".
Luego devolvieron a Anthony a su celda y fue entonces que se dieron cuenta de que nadie tenía idea de dónde estaban. La siguiente tarde, ya el jueves, el grupo sufrió la peor golpiza. Mientras esperaban en una pista de aterrizaje a una nave militar que los llevaría a Trípoli, Tyler fue abofeteado y golpeado con el puño, y Anthony fue golpeado con la cacha de una pistola en la cabeza. Se encontraban vendados de ojos y con esposas de plástico, como ya se les había hecho costumbre. Lynsey fue tocada de nuevo por los soldados.
Cuando los subieron al avión, se hicieron entre ellos la misma pregunta que repetían en cada parada: ¿Están todos aquí? Pensaban que mientras los mantuvieran juntos, tal vez tendrían una oportunidad de salir vivos. Tras 90 minutos de vuelo llegaron al aeropuerto de Trípoli, los subieron a una camioneta de la policía con hedor a orina. Los guardias los despojaron de sus zapatos, calcetines y cinturones. Uno de ellos grito al oído Anthony: "abajo, abajo Estados Unidos". Hizo lo mismo con Steve.
"Pero no soy americano, soy irlandés", respondió el periodista. "Abajo, abajo, Irlanda", replicó con fuerza el guardia. Su libertad estaba cada vez más cerca. Fueron trasladados a dos vehículos más. Luego a uno más, no sin que uno de los soldados golpeara con su rifle la cabeza de Tyler. Después de media hora, los cuatro de encontraban ya en un complejo militar en manos del Ejército. Por el cansancio se desplomaron sobre el piso, aceptando la leche y el jugo de mango que les ofrecía.
Vieron cómo les entregaban sus maletas, esas que pensaron no recuperar nunca más. Un hombre de aspecto rudo se dirigió a ellos en un tono amable. "Ya no serán golpeados o atados de nuevo. Estarán a salvo, y aunque sus ojos permanecerán vendados, son libres de moverse dentro de las instalaciones y nadie los maltratará".
A partir de ese momento, nadie los molestó. Pero la odisea aún seguía y fueron llevados a un centro de detención que asemejaba más un tráiler de doble remolque. Les dieron ropa deportiva y al caer la noche les volvieron a vendar los ojos para recibir algunas visitas.
"Ahora se encuentran bajo la protección del estado", les dijo un funcionario de asuntos exteriores. Uno tras otros fueron disculpándose con los periodistas por lo que habían vivido. Uno de los funcionarios les pidió entender la diferencia entre los militares leales a Gaddafi y el Ejército.
Durante los siguientes cuatro días, ya sintiéndose seguros, los corresponsales del NYT se dedicaron a luchar contra el aburrimiento. Tyler terminó de leer "Julio César". Lynsey comenzó con "Otelo".
Al final fueron los trámites diplomáticos lo que alargó su liberación. Oficiales libios insistían en que algún diplomático estadounidense o británico viajara a Trípoli en medio de los ataques, pero finalmente fueron diplomáticos turcos quienes sirvieron de intermediarios para recibir a los periodistas en la frontera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario